N.K., Ex-Católico, USA (parte 5 de 5)
Leí otros libros acerca del Islam, y me encontré con algunos pasajes traducidos por W. Montgomery Watt de “That Which Delivers from Error” por el teólogo y místico Ghazali, quien, después de una vida de crisis de cuestionamiento y duda, se dio cuenta de que mas allá de la luz de la revelación profética no hay otra luz en la faz de la tierra de donde se pueda recibir la iluminación, el punto al cual llegaron mis cuestionamientos filosóficos. Aquí se encontraba, bajo los términos de Hegel, el hombre Sabio, en la persona de un mensajero divinamente inspirado quien tenía la autoridad de responder cuestionamientos del bien y el mal.
También leí la traducción de A.J. Arberry “El Corán Interpretado” y recuerdo mi temprano deseo por el libro sagrado. Incluso traducido, la superioridad de la escritura musulmana sobre la Biblia era evidente en cada línea, como si la realidad de la revelación divina, sutilmente oída a lo largo de toda mi vida, se colocaba en este momento frente a mis ojos. En su estilo exaltado, su poder, su inexorable finalidad, su raro modo de anticipar los argumentos del corazón estético por adelantado y respondiendo a ellos; era una clara exposición de Dios como Dios y hombre como hombre, la revelación de la inspiradora unicidad divina siendo la idéntica revelación de la justicia económica y social entre los hombres.
Comencé a aprender árabe en Chicago, y después de estudiar exitosamente la gramática por un año, decidí ausentarme para intentar avanzar en la lengua estudiando en el Cairo. También, deseaba nuevos horizontes, y después de la tercera temporada de pesca, partí al Medio Oriente.
En Egipto, encontré algo que creo atrajo a muchos al Islam, la marca del puro monoteísmo entre sus seguidores, y fue lo que más me llamó la atención. Conocí a muchos musulmanes en Egipto, buenos y malos, pero todos influenciados por las enseñanzas de su Libro sagrado más de lo que jamás vi en otros lados. Ya han pasado quince años, y no puedo recordarlos a todos, o a la mayoría de ellos, pero tal vez a los que puedo recordar me servirán para mostrar las impresiones que dejaron en mí.
Uno fue un hombre en el otro lado del Nilo cerca a los jardines de Miqyas, donde solía caminar. Me acerqué a él y estaba rezando sobre una pieza de cartón, frente al agua. Comencé a pasar frente a él, pero de repente caminé detrás de él, con la intención de no molestarlo. Cuando lo observé en un momento antes de seguir mi camino, vi a un hombre absorto en su relación con Dios ignorando mí presencia, mucho menos mis opiniones acerca de él o su religión. Para mí, había algo magníficamente indiferente en esto, algo muy extraño para alguien proveniente de Occidente, donde rezar en público era algo virtualmente obsceno.
Otro fue un joven de la escuela secundaria que me saludó cerca de Khan al-Khalili, y como hablaba algo de árabe y él algo de inglés y me quería hablar del Islam, caminó conmigo varias millas a lo largo de la ciudad hacia Giza, explicándome lo más que pudo. Cuando partió, creo que dijo una plegaria para que yo me convierta en musulmán.
Otro fue un amigo yemení que vivía en el Cairo quien me dio una copia del Corán ante mi pedido de ayuda para aprender árabe. No tenía una mesa al lado de la silla donde solía sentarme y leer en mi habitación del hotel, y era de mi costumbre apilar los libros en el piso. Cuando coloqué el Corán con los demás, él silenciosamente se puso de pie y lo levantó por respeto. Esto me impresionó porque sabía que no era religioso, pero este era el afecto que tenía por el Islam.
Otra fue una mujer que conocí mientras caminaba junto a una bicicleta en una calle sin pavimento en el lado opuesto del Nilo desde Luxor. Yo estaba sucio, y pobremente vestido, y ella era una mujer de edad vestida de negro de los pies a la cabeza que caminó hacia mí, sin mirarme ni hablarme, y colocó una moneda en mi mano tan de repente que me sorprendí y la tiré. Cuando la recogí, ella ya se había ido. Ella pensó que yo era pobre, aunque obviamente no musulmán, me dio algo de dinero sin esperar nada a cambio excepto lo que había entre ella y Dios. Este acto me hizo pensar acerca del Islam, porque no la motivo otra cosa.
Muchas otras cosas pasaron por mi mente durante los meses que estuve en Egipto para aprender árabe. Me encontré a mi mismo pensado que un hombre debe tener un tipo de religión, y estaba más impresionado por el efecto del Islam en las vidas de los musulmanes, un tipo de nobleza de propósito de generosidad del alma, que jamás noté en otras religiones o incluso en el efecto del ateismo en sus seguidores. Los musulmanes parecían tener más de lo que teníamos nosotros.
El cristianismo tenía sus cosas buenas seguramente, pero parecían mezcladas con confusiones, y me encontré a mi mismo inclinándome más y más por el Islam por su completa y más perfecta expresión. La primera pregunta que memoricé del catecismo fue: “¿Por qué fuiste creado?” cuya respuesta correcta era: “Para saber, amar y servirle a Dios”. Cuando reflexioné en aquellos que me rodeaban, me di cuenta de que el Islam parecía adornar la manera más comprensible y entendible de practicar esto diariamente.
En cuanto a las poco gloriosas fortunas de los musulmanes hoy en día, no sentía que eso se le reprochara al Islam, o se le relegara como una posición inferior en un orden natural de ideologías, sino que lo vi como una fase en un largo ciclo de la historia. La hegemonía extranjera sobre las tierras de los musulmanes ya había ocurrido antes de la destrucción de la civilización islámica en el siglo trece por una multitud de mongoles, que arrasaron con ciudades y construyeron pirámides de cabezas humanas desde las estepas de Asia Central al corazón de las tierras musulmanas, después de que el destino dio fuerzas al Imperio Otomano para levantar el Mundo de Dios y convertirlo en una vibrante realidad política que duró siglos. Fue en ese momento, en que vi reflejado, meramente el cambio de los musulmanes contemporáneos para luchar por una nueva cristalización histórica del Islam, algo que uno puede aspirar a formar parte.
Cuando un amigo en el Cairo un día me preguntó: ¿por qué no te conviertes en musulmán? encontré que Dios había creado dentro de mí un deseo de pertenecer a esta religión, que enriquece tanto a sus seguidores, desde los corazones más simples a los intelectos más brillantes. No es a través de un acto de la mente o voluntad que alguien se convierte en musulmán, sino a través de la piedad de Dios, y esto, en conclusión, fue lo que me acercó al Islam en el Cairo en 1977.
“¿Acaso no es hora de que los creyentes subyuguen sus corazones al recuerdo de Dios y a la Verdad que ha sido revelada y de que no se semejen a quienes recibieron el Libro anteriormente? A éstos, a medida que transcurría el tiempo se les endurecía el corazón. Y por cierto que muchos de ellos eran corruptos. Sabed que Dios vivifica la tierra después de haber sido árida. Os explicamos los signos para que reflexionéis.” (Corán 57:16-17)